“Ojalá rasgaras el cielo y bajaras” (Is 64, 1)
La Navidad es fiesta de vida y de luz. En efecto dice san Juan que por el Hijo de Dios fueron hechas todas las cosas (cfr. Jn 1, 3), es decir toda la creación. Nosotros, somos parte de ella y peregrinamos en este planeta tierra en el que Dios quiso que, en la plenitud de los tiempos, su Hijo se hiciera uno de nosotros, en todo semejante a nosotros, menos en el pecado (cfr. Hb 4, 15). San Juan dice en su evangelio que él era la vida y la vida era la luz de los hombres (cfr. Jn 1, 4). En efecto, en el mundo siempre hay algunas oscuridades en medio de las cuales el Señor viene a mostrarnos el camino para salir adelante.
Un velo de oscuridad que ahora se cierne sobre la tierra es la guerra. El Papa Francisco, ya desde hace mucho tiempo, ha venido repitiendo, una y otra vez, que estamos en una guerra mundial a pedazos y que la guerra siempre es una derrota. Últimamente ha estado lamentando mucho la invasión a Ucrania y la guerra entre Hamás e Israel. ¡Cuanto sufrimiento, cuanto dolor! y en todos los casos, dice él, son los pobres los que pagan las consecuencias. Se cumple lo que dijo san Juan que algunos hombres prefieren las tinieblas a la luz (cfr Jn 3, 19).
Por otro lado, está el cambio climático, que es uno de los desafíos más grandes que en este momento enfrenta la humanidad, el cual se manifiesta en fenómenos extremos de sequias, tormentas o huracanes como el que azotó el puerto de Acapulco. Estamos ante una aceleración del calentamiento global cuyas manifestaciones ya son irreversibles, pero estamos a tiempo para evitar daños todavía más dramáticos (cfr. Laudate Deum).
Ante esta situación, por un lado, son las naciones más poderosas las que deben detener la emisión de gases de efecto invernadero y, por otro lado, todos debemos cuidar la casa común como lo pidió el Papa Francisco en la encíclica Laudato si’. Los atentados contra la naturaleza tienen consecuencias. Tenemos que darnos cuenta de que ante las fuerzas naturales somos muy vulnerables. La naturaleza no nos pertenece, somos parte de ella; le pertenecemos y estamos sujetos a ella. Cuidemos la casa común, hagámoslo por ella y por nosotros.
Por otro lado, necesitamos tener apertura a todos los seres humanos, independientemente de su nacionalidad, lengua, color o religión. Así como hay una casa común, también hay una familia común, desde el punto de vista natural todos somos hermanos por ser humanos y nadie tiene exclusividad. Por tanto, así como debemos ocuparnos de la casa común, también debemos cuidarnos los unos a los otros.
La Navidad también es una fiesta de la creación. El Hijo de Dios al hacerse hombre se revistió del barro del que estamos hechos, de manera que no sólo nos dignificó como seres humanos, sino que también dignificó la creación y la casa común en la que habitamos. El Papa Francisco dice que todo está conectado y nadie se salva solo, por tanto, también la casa común participa de nuestra fiesta de Navidad. Cuidemos la casa común y busquemos la paz con todos. ¡Todos, por ser humanos, somos hermanos! Feliz Navidad 2023.
+ Mons. José Trinidad Zapata Ortiz
VIII Obispo de Papantla